Las cocinas vitrocerámicas son rápidas, limpias y cómodas. Su llegada supuso toda una renovación. Una vitrocerámica es más cómoda de limpiar y posee indicadores de calor que advierten de que las placas todavía permanecen calientes, lo que permite un ahorro de energía.
Existen tres grandes grupos de vitrocerámicas, según sus elementos calefactores: con resistencias radiantes, con halógenos y de inducción. Las hay que incorporan mandos sensitivos –touch control–, y pueden combinar placas ultrarrápidas, de doble circuito y halógenas.
Una vez apagada, la placa mantiene el calor de los alimentos entre cinco y siete minutos, así que debe apagarse antes de acabar la coción para ahorrar energía.
Para evitar daños en la superficie, conviene usar ollas y sartenes con fondo liso y no utilizar cazuelas de barro. Esta tecnología exige el uso de unos recipientes apropiados, fabricados con material ferromagnético y de fondo plano, liso y grueso.
Es habitual que se derramen por descuido elementos líquidos o grasas, y la propia suciedad se requema. La fórmula más adecuada consiste en emplear una rasqueta especial para vitrocerámicas. Pero hay que limpiarla en frío. Solo se debe limpiar la placa en caliente si se derrama algún líquido o si se pega un papel de aluminio o plástico.
Existen productos específicos para su limpieza. Suelen ser líquidos cremosos con tensoactivos, agentes minerales, disolventes y agentes siliconados. Y si aún así la vitro no brilla y reluce como esperamos el truco está en el hielo. Frotar con hielo saca esas manchas difíciles; después basta con pasar un paño.
Nunca se deben usar productos abrasivos como sprays, quitamanchas o desoxidantes.